La transición de la libera res pvblica a la res pvblica restitvta.
En el s. 31 a.C. comienza el reinado de Augusto, anteriormente conocido como Octavio (Cayo Julio César Octaviano), sobrino nieto de Julio César y heredero de las ¾ partes de la fortuna de éste, de quien toma también el nombre de su padre adoptivo, dando inicio al conocido como aureum saeculum (siglo dorado) de la Roma imperial, época de gran expansión económica y cultural y de una cierta estabilidad social.
Es con Augusto que se inicia una transición del respetado sistema republicano que venía marcando la política en Roma, hacia un gobierno basado en un único gobernante (prínceps), a quien se le conoce como césar, augusto, emperador o príncipe, “Octavio era el nombre de pila del emperador. Más tarde, naturalmente, fue adoptado por el Divino Julio y a partir de entonces recibió el nombre de César. Posteriormente, adoptó el majestuoso título de Augusto, por eso lo llamamos César Augusto”[1].
Tras la muerte de Julio César, reflejada en lo escritos de Ovidio como una ofensa a la diosa Vesta, sus ejecutores, entre otros, Bruto y Casio, reprobados por Séneca por cometer semejante crimen, se enfrentaron a Octavio que estaba aliado junto a Marco Antonio (miembros del segundo triunvirato concitados con Lépido) venciendo a estos en la batalla de Filipos, es lo que para muchos romanos significó el fin de la república, mientras que para otros era la “pietas” de Octavio por vengar la muerte de su padre adoptivo, “pietas juega un papel central en los acontecimientos del período del triunvirato”[2], pues aunque fue una diosa, se la traducía como “deber” o “virtud” quien para Cicerón “es la que nos exhorta a cumplir con nuestro deber”[3].
Una vez que el segundo triunvirato ejercía el poder en Roma, erradicaron con ejecuciones y proscripciones a aquellos que defendían la república también desde el poder.
Octavio era joven, pero mostraba iniciativa y elocuencia, motivo por el que Marco Antonio que era albacea de la herencia de éste, se oponía a entregar el dinero a su legítimo, hecho que motivó el enfrentamiento entre ambos, donde una magistral jugada de Octavio se alza con el poder en Roma, por el hecho de encontrar y hacer público ante el Senado, el testamento de Marco Antonio, ya que ahí se evidenciaba la fidelidad de éste para con su amada Cleopatra VII y no a Roma. Todo esto unido a la victoria que obtuvo Octavio en la batalla naval de Accio (Actium), donde para Muñoz Valle es realmente el lugar en el cual se convierte Octavio en el “dueño de Roma por la fuerza de las armas” [Muñoz:2000:117].
La conquista de Alejandría en Egipto y la rendición de la Dalmacia, hacen que se eleve el título de Octavio que pasa a ser denominado como Augustus (el venerado) en el s. 27 a.C., con el objetivo, según el historiador y filósofo, Aldo Ferrabino, a investirse en prínceps por parte del Senado con el apoyo implícito del pueblo, “Sólo el amor del pueblo ofrece seguridad al Príncipe”[4], para implantar lo que se conocería como Diarquía (gobierno compuesto de dos instituciones, el Emperador y el Senado), aunque estos pensamientos senecales tendrían un alto precio con Nerón.
Augusto no se oponía a los dictámenes y disposiciones de la república, sino que ejercía el poder en base a éstos, motivo por el que “devolvió” el poder a sus respectivos cónsules, sin dejar de ostentar el mando de éstos, por ello “se atribuyó anualmente la potestad tribunicia, es decir, las prerrogativas y los poderes –inmensos– de los tribunos de la plebe”[5], hasta el punto de reservarse el control de diversas ciudades de forma geoestratégica a nivel militar (Hispania, Siria y Galia), hecho que plantea que realmente la restauración de la República pudiese haber sido una simple quimera, un espejismo o ficción cuyo protagonista era un prínceps que cada vez más aparecía como déspota autoritario en un régimen absolutista, aunque la disyuntiva es la que afirma A. Viñas, “Con Augusto no se eliminan ciertamente, ni las asambleas populares ni el Senado”[6], lo que nos lleva a una polaridad, o afirmamos que Augusto transformó simplemente la República o nos situamos en la afirmación de que el prínceps entra de lleno en una monarquía crecida bajo un manto republicano. En caso de tender por la segunda afirmación, Torrent [Viñas:2000:288] visualiza una monarquía que subyuga todos los poderes fácticos del Estado.
El poder de grandeza que iba asumiendo y controlando Augusto le llevó a establecer las auctoritas (autoridad moral), donde el término de rex (rey) no tenía cabida moral. Estos actos iban dirigidos a la recuperación de los valores morales perdidos en la sociedad romana, en beneficio de los “mores maiorum” (costumbres de los antepasados).
Augusto se nos presenta como aquél que “restauró” la República, o al menos así se interpreta según la “Tesis de la restauración Republicana” de A. Viñas, o en línea con la opinión de historiadores como Veleyo Patérculo, Ferrero, Rostovtzeff y Guarino entre otros.
La sociedad romana debía sentirse orgullosa de ser romana, no era suficiente con recuperar el patriotismo, sino que había que enaltecer el orgullo patrio, es por lo que se exaltaban los valores y el modo de vida tradicional, en línea con la filosofía de Epicuro y con la literatura helenística, ya que ambos anteponían la alegría del campo versus el caos de la urbe.
El tema moral no era baladí, pues en este escenario más que nunca se ejerce aquello que afirmó Plutarco en su obra “Vidas paralelas” de “porque no basta que la mujer del César sea honesta; también tiene que parecerlo”[7], por ello el gobierno de Augusto implementó leyes que iban contra el lujo, el adulterio, las bacanales y cualquier otro comportamiento “indigno”, junto a una reforma de la Constitución “por la que la República se convierte en el Principado, conservando las instituciones republicanas al lado del Príncipe”[8].
La religión recuperó su importancia dentro del seno social, reforzada por la restauración de los templos y la introducción de nuevos actos ceremoniales, hechos que favorecían la cohesión social. Hasta tal punto Augusto consideraba importante la religión que instauró un culto propio a su persona[9]. La iconografía de la época se encargó de difundir imágenes de paz y bienestar social, obviando los tiempos pasados de penuria, hambre y guerras, y lo hacían con imágenes de la diosa Ceres, diosa de la agricultura, (de la raíz “ker” que significaba “crecer” o “crear”).
Sin duda, Augusto era la figura principal, “Augusto había creado un sistema que disimulaba el poder del emperador”[10], pero no cabe duda de que supo rodearse de un buen elenco de figuras clave para su beneficio. Una de estas figuras, era Mecenas, amigo personal y colaborador de éste, quien a su vez se rodeó de las principales figuras culturales y artísticas de Roma, entre sus amistades estaba Virgilio, autor de la Eneida (una loa de la figura de Augusto), de las Geórgicas (una alabanza de la vida rural) y de las Bucólica (cuya traducción viene a ser “canto de pastores” donde se enaltece el campo y la agricultura), siendo miembro de los ideólogos del régimen.
Augusto supo ganarse al pueblo, incluso formuló leyes y creó nuevos impuestos como el que “gravó con un impuesto la venta de esclavos para establecer los vigiles, gestionados por el estado, puso a militares a cargo de su formación…”[11].
Otros, como Horacio, formularían preceptos éticos del epicureísmo, Propercio, que enaltecía el amor a la patria u Ovidio, que alababa directamente la figura de Augusto, Séneca cuyo ideal “aparece como un retorno a la Vieja Estoa…y se encarna en la figura de Augusto” [Muñoz:2000:119] alabando al prínceps con adjetivos de sabiduría, valor, moderación y clemencia entre otros, hasta el punto de afirmar que “el régimen más estable es la monarquía justa” [Muñoz:2000:119]
No todos los intelectuales de la época eran acordes con la ideología y sistema de gobierno de Augusto, ya que veían en ello cierto autoritarismo, por ello Augusto atenazaba la oratoria y la historiografía cuando no iban en sintonía con el régimen, aunque sin llegar a la tiranía de un Nerón o un Calígula, porque Augusto siempre se creyó a sí mismo superior, pues tal y como cita su autobiografía Res Gestae Divi Augusti, “fui superior a todos en autoridad, pero no tuve más poderes que cualquier otro de los que fueron mis colegas en las magistraturas”[12], y es que en línea con las afirmaciones de A. Viñas, los autores latinos se situaban en una corriente oficialista que reconocía dicha superioridad, mientras que los griegos resaltaban cualidades despóticas y absolutistas del princeps.
Otra de las figuras relevantes de apoyo para Augusto, fue Cicerón, quien, en palabras de Isidoro Muñoz, “el principal teórico de esta monarquía constitucional o Principado fue Cicerón. En su tratado “Sobre el Estado” se afirma que la mejor forma de gobierno es la constitución mixta del Senado y un Príncipe”[13], para quien la República solo podría subsistir con la protección y el apoyo de un príncipe junto al respaldo y mandato del Senado. Craso error el de Cicerón al situarse del lado de Pompeyo, “el fallo de Pompeyo fue más bien su falta de inteligencia política”[14], aunque luego intentara rectificar, lo que lleva probablemente al prolífico escritor Pérez Reverte a llamarle “el veleta”, aunque más le ataca Mommsem quien aludiendo a Cicerón escribió que “careció de instinto y de energía. Dijo de él que era hombre de Estado sin penetración, sin grandes miras”[15], y de su crítica no se salva Augusto, ya que para este historiador define la política del prínceps “como una monarquía anónima”[16], aunque A. Viñas discrepe profundamente de la posición de Mommsem.
El pueblo recuperaba sus señas de identidad y las reforzaba, para ello Augusto supo transformar Roma con grandes construcciones, como el Foro de Augusto, que glorificaba las gestas de la gens Julia, de donde descendía directamente Augusto. Otra construcción que enorgullecía la Roma del príncipe era el Palatino, o el recuperado Campo de Marte, que pasaba de manos militares a uso y disfrute del pueblo con la creación de 3 teatros.
La libera res publica, etimología referente a la esfera de gobierno basada en la república, daría paso a la res publica restitutio, (a modo de reintegración a la situación original). Tras la muerte de Nerón (68 dC), quien para Lucano había matado a la libertad, su sucesor Vespasiano quiso volver al orden establecido por Augusto, lo que se conoció como la “Flavia de restitutio”, donde se desmanteló la Domus Aurea para devolverla al pueblo junto con la creación del Anfiteatro de Flavio (conocido como el Coliseum), y así, una vez más, Roma volvía a las grandes construcciones en favor del pueblo, incorporando la iconografía y símbolos religiosos nuevamente tras una época de añoranza y nostalgia al régimen republicano, bien relatada en la obra de Lucano cuya advertencia al prínceps le instaba a seguir principios de política tradicionalista, y tanto para Lucano como para Séneca, era el Senado “el símbolo y garantía de la libertad” [Muñoz:2000:124]
El emperador volvía a ser la figura principal, donde edificios como el Templo de la Fortuna Augusta (Pompeya) le rendían culto imperial.
En el s. 98 d.C. el senado nombró a Nerva como emperador para garantizar la constitución de las instituciones imperiales, quien había adoptado al hispano Trajano, a quien se le asignó el título de “optimus prínceps” (el mejor de los príncipes), emprendieron éstos una política de expansión militar cosechando grandes éxitos en diversas provincias, en honor a ello se creó el Foro de Trajano.
La dinastía sucesora de antonino, dio paso a los emperadores Adriano, Antonino, Marco Aurelio (conocido como el filósofo) y a su hijo Cómodo, todos ellos a lo largo del s. II d.C. (del 96 al 192).
La política expansionista de los antoninos era prácticamente nula, ya que decidieron abandonarla en favor de un sistema conservador y continuista que consolidara la posición de Roma. Para historiadores como Gibbon, la dinastía de los antoninos fue la responsable de una época de esplendor y gloria sin parangón en la historia de Roma.
Septimio Severo sustituiría a Cómodo, fielmente retratado en las actuales novelas de “Yo, Julia” y de “Y Julia retó a los dioses” de Santiago Posteguillo (2018). Se inicia así la dinastía severiana, junto a sus descendientes, Caracalla y Geta, en una historia no exenta de rupturas:
“La familia Severa había tenido algún senador, pero el padre de Septimio Severo no ingresó en el Senado, de modo que muchos patres conscripti consideraban a Severo como un novus homo y esto hizo que siempre tuviera muy pocos apoyos en esta institución centro del poder de Roma.”[17]
Esteban RUBIO COBO
[2] SANTANGELO, Federico. “Pietas y guerra civil”. Memoria académica Universidad Nacional de La Plata. UNLP-FAHCE. 2019. p. 2.
[3] WIKIPEDIA. https://es.wikipedia.org/wiki/Pietas Consulta realizada: abril 2022.
[4] MUÑOZ VALLE, Isidoro (1972) “La concepción del imperio romano como Principado”. Cuadernos de filología clásica, 3: p. 119.
[5] ESPLUGA, Xavier. “El mundo clásico II”. Materiales UOC. 2022. PID_00178895 . p. 116.
[6] VIÑAS, Antonio (2009) "El régimen dictatorial y autoritario del Emperador Augusto." Revista jurídica Universidad Autónoma de Madrid, 19: p. 286.
[7] CAROL, Marius. “Infierno y paraíso”. Diario La Vanguardia. 2017.
[8] MUÑOZ VALLE, Isidoro (1972) “La concepción del imperio romano como Principado”. Cuadernos de filología clásica. p. 117.
[9] ECHEVERRÍA ARISTEGUI, Ana. “Tiberio. El emperador con fama de tacaño”. La Vanguardia. Marzo 2022.
[10] GOLDSWORTHY, Adrian. “La caída del Imperio Romano” ePub. 2009. p. 149.
[12] AUGUSTO, César. “Res Gestae Divi Augusti”. 34. Documento testamentario grabado en las jambas del Mausoleo de Augusto en Roma.
[13] MUÑOZ VALLE, Isidoro (1972) “La concepción del imperio romano como Principado”. Cuadernos de filología clásica, 3: p. 115.
[14] MUÑOZ VALLE, Isidoro (1972) “La concepción del imperio romano como Principado”. Cuadernos de filología clásica, 3: p. 116.
[15] FARIAS, Pedro. “Reflexiones sobre Cicerón. Las paradojas. El regreso a Cicerón”. Revisión de Estudios políticos (Nueva época). Núm. 117. 2002. p. 222.
[16] VIÑAS, Antonio (2009) "El régimen dictatorial y autoritario del Emperador Augusto." Revista jurídica Universidad Autónoma de Madrid, 19: p. 290.